martes, 24 de septiembre de 2013

ARQUITECTO DE CABECERA, ARQUITECTO DE PROXIMIDAD

No me cabe duda de que, en nuestra ubicación geográfica, el final del verano y el comienzo del otoño marcan las directrices de cada nuevo año de actividad de las personas y de sus perspectivas económicas. Que el año natural acabe el 31 de diciembre no deja de ser una convención cultural occidental, de fundamentos astronómicos y religiosos, que quizás deberíamos cambiar por el día en que entra el otoño. Comienzan los cursos escolares, los universitarios, los cursillos de formación continua o de reciclaje profesional, las reivindicaciones laborales, las temporadas culturales y deportivas, los propósitos de cambio personal después del verano, los fascículos coleccionables sobre los temas más diversos. Si la naturaleza comienza su cíclico declinar vital para permanecer latente hasta la explosión primaveral, nuestra actividad se planifica ahora y será al comenzar el verano cuando cojamos los frutos de nuestro trabajo. Todo lo que en nuestros despachos no planteemos en este trimestre final, nos lastrará posteriormente.

Después de los últimos doce meses de quizás la situación económica, política y de justicia social más desastrosa que, como generación, jamás hemos conocido en este país, al que no quiero nombrar para preservar su dignidad frente a quienes, llenándose la boca con su nombre, lo conducen a la nada; después de escuchar estentóreos y extemporáneos cánticos triunfales sobre el final de la crisis, la creación de 31 puestos de trabajo y el inminente asombro que vamos a ofrecer al mundo; tras observar atónito como el gobierno pretende acabar, el solito,¡con un par! como si no fuéramos capaces de hacerlo por nosotros mismos, con la profesión de arquitecto; tras visionar en televisión una campaña para paliar el hambre y la mala nutrición que sufren los niños ¡en nuestro propio país!;  tras todo esto y mucho más que no cito ¿Cómo afronta el nuevo año un pequeño estudio de arquitectura?¿Cuál es el sentimiento que domina la actividad del arquitecto? Sin temor a equivocarme, pienso que los sentimientos dominantes son






Perplejidad, desasosiego, turbación, equivocación, error, abatimiento, humillación, afrenta, ignominia, mentira… ¡la confusión! Pesar y melancolía por la ausencia de otros con los que vencer esta tribulación profesional ¡la soledad!

Mi problema, e imagino que el de muchos otros arquitectos, es que no se qué hacer, dónde buscar, a quién recurrir para ordenar mi ánimo profesional, para buscar un rayo de esperanza para estos 10 o 15 años que aún me quedan de actividad profesional. Y aunque no creo en líderes salvadores, ni los deseo, tampoco vislumbro en el horizonte una tendencia renovadora capaz de articular propuestas de regeneración profesional.

Los colegios profesionales hace tiempo que no me ofrecen nada, empeñados como están en salvar los últimos muebles de una organización desfasada y ajena a las cuitas de los arquitectos y enfrascados, en ocasiones, en extrañas peleas intestinas de las que vislumbramos la causa última sin tener clara certeza de la misma. La dudosa representatividad del colectivo profesional no ayuda a tener un sentimiento de confianza hacia quienes negocian en comisiones más o menos políticas importantes decisiones para nuestro futuro.

El mundo universitario relacionado con la Arquitectura bastante hace con sobrevivir, con el conjunto de la Universidad, a los duros ataques que pretenden su sumisión al mercado y su dedicación exclusiva a aquéllos que se puedan permitir pagar religiosamente ¡cómo si no! la matrícula de cada año. Pero, con todo, se echa en falta, al menos yo lo hago, alguna reacción de los docentes de arquitectura en defensa de su disciplina académica, y de la profesión que enseñan, más briosa y sonora que las tímidas declaraciones de los últimos meses. Pero lo que más tristeza y desazón me produce es la ausencia en el escenario reivindicativo de los estudiantes, desaparecidos antes de que el combate comience para ellos: si ellos que son el futuro no se implican, si entre todos no los implicamos, podemos decir sin lugar a dudas que hemos perdido la guerra.

La sociedad hace tiempo que nos dio la espalda. Pese a nuestros intentos de reconciliación con ella, más a título individual que promovidos por nuestras atribuladas organizaciones profesionales, la sociedad parece seguir ignorándonos, ajena a la discusión sobre quién ha de estar capacitado para construir su alojamiento, sabedora que cada vez va a ser menos acogedor y humano aunque, eso si, eficiente y domótico. Sigue pesando más el pasado reciente, cuando la dejación en el ejercicio de la Arquitectura, en especial sus aspectos menos glamurosos, y el desprecio por su función social, nos alejó definitivamente de la mayoría de los receptores de nuestro trabajo. Recuperar la confianza perdida se nos antoja una empresa titánica si no decidimos unir nuestros esfuerzos y abrirnos decididamente al resto de la sociedad, con la que deberemos luchar codo con codo si queremos un  mundo más justo.

¿Hacia donde enfocar la actividad de mi despacho en un país en coma económico, con 6 millones de parados, en el que no se crearon alternativas económicas cuando se consiguió crear riqueza en los años de la burbuja? ¿Puede la reciente ley de rehabilitación, regeneración y renovación urbana suponer una solución para un sector y una profesión tan castigados? La bondad de la ley vendrá dada por la existencia de recursos económicos, crédito, para su aplicación, ya que hoy por hoy los beneficiarios de la misma están económicamente exhaustos o son los sectores más débiles, y por la agilidad de los gestores públicos; y su maldad por los riesgos que se observan en la aplicación de temas como la presencia de terceros con derechos otorgados por propietarios y la capacidad de alterar la ordenación urbanística, la ocupación de espacios libres o de dominio público y las superficies comunes de uso privativo, entre otros. Aún en el caso de que exista dinero para la aplicación de la ley al año que viene, un despacho pequeño como el mío lo tendrá difícil para obtener trabajos.

¿Nos centramos en la eficiencia energética? Creyendo en ella como un medio de lograr edificaciones sostenibles, consideramos que el proceso certificador nació muerto, por lo que es preciso reiniciar el proceso mediante una campaña de concienciación social de la importancia de mejorar la eficiencia de nuestras viviendas. Lógicamente, un gobierno que ha sido capaz de pergeñar el “peaje de respaldo” y tiene la política de renovables que tiene no va a mover un dedo para cambiar la percepción ciudadana de que  el certificado es una tasa más que no sirve para nada. Nunca creí que realizar certificados fuera la panacea laboral para el estudio, pero aún así me preparé para poder atender la demanda de un posible cliente…que no ha llegado porque un ingeniero topógrafo se lo firma en el Hipermercado por 70 € o consigue un vale en Groupon. No, no veo mi futuro haciendo certificaciones.

No me veo en el extranjero a mi edad ¡eso se lo están planteando mis hijos! ¡Tampoco haciendo cup cakes y convirtiéndome en el rey de las tartas (por cierto, ¿sería indigesto comerse un pastel con la forma de alguna obra emblemática de estos años pasados, tipo Ciudad de las ciencias y tal?). Para ser sinceros, pese a la confusión, la soledad y el miedo al futuro, el nuevo curso no ha comenzado mal, ya que he dado el primer inicio de una obra de nueva planta desde 2008: la ampliación de una vivienda unifamiliar en ¡31 m2! ¿Qué tendrá esta cifra? ¿Deberé echar las campanas al vuelo y afirmar que he salido de la crisis? ¡No, claro que no! ¡Me esfuerzo por ser medianamente sensato! También llevo varias reparaciones en inmuebles de vivienda construidos durante la burbuja, e incluso voy a reparar un inmueble de 4 viviendas en lo más humilde del centro histórico. No es mucho, pero a base de trabajo y horas de negociar el encargo consigo mantener abierto el despacho, sin ganar dinero pero abierto.

No es tiempo de grandes obras. Tampoco de grandes dispendios. Es hora de hacer grandes esfuerzos: trabajar en pequeños, mínimos, encargos como si fueran el proyecto de nuestra vida. Hacer tabla rasa con el pasado y convencer a los clientes de que el trabajo de un Arquitecto como yo, de proximidad o cabecera, no solo no encarece la obra, sino que es una garantía que asegura una correcta administración de sus recursos, que genera pequeñas sinergias en nuestro entorno próximo. Quiero ser como he sido hasta ahora, un despacho pequeño sensible a las personas y a la arquitectura.

Para esta nueva temporada que ahora comienza, plagada de confusión y soledad profesional, quisiera convertirme en un arquitecto cercano a los diferentes grupos sociales de mi entorno, conocedor de su historia, problemas, necesidades y deseos; dispuesto a trabajar codo con codo con ellos, a no impartir doctrina infalible e ininteligible en sus proyectos; abierto a una actitud docente sobre Arquitectura; consciente de la precariedad del medio físico, del frágil equilibrio de la naturaleza y de la complejidad de las sociedades avanzadas; valiente para defender soluciones contrarias al sistema establecido, dispuesto a empatizar con el cliente, a ponerme en su lugar para conocer sus necesidades. Quisiera llegar a ser un

ARQUITECTO DE CABECERA, ARQUITECTO DE PROXIMIDAD

7 comentarios:

  1. ¡Amén! Creo que muchos, muchísimos, firmaríamos este texto casi al pie de la letra.
    ¡Ánimo!

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  2. Plenamente identificado con lo escrito, no se puede plasmar mejor

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  3. Estimado Javier Ricardo,

    Tu texto es una estupenda descirpción del estado no sólo en que se encuentra la profesión sino de su ánimo.
    Hay un estado de esperanza fundado no en los encargos sino en como nos gustaría que nos viera la sociedad. Coinido contigo en el aliento optimista que corre en frases como estas: "Quisiera convertirme en un arquitecto cercano a los diferentes grupos sociales de mi entorno".

    Enhorabuena y saludos

    Santiago

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  4. Gracias a todos por la acogida de mi entrada, escrita no tanto desde el pesimismo, que algo hay, como desde la confusión y la incertidumbre (de ahí la banda sonora de Epitaph de King Crimson que aconsejo escuchar mientras se lee el texto) que parece envolverlo todo y en especial a nuestra profesión. Quizás la única luz entre tanta tiniebla, y ésa es mi esperanza, sea los intentos de muchos de nosotros por acercarnos y empatizar con quienes nos debemos, las personas, proceso más o menos complicado para cada profesional en momentos en que los que deberían ejercer un liderazgo no parecen hacerlo, optan por no decir la verdad, la dicen a medias o simplemente prefieren adoptar una actitud cínica. Está claro que el liderazgo lo habremos de ejercer nosotros, desde la base, en nuestro quehacer cotidiano, más allá del posible encargo, y mi creencia es que sólo desde la cercanía al entorno social se puede tener éxito.

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  5. Es muy interesante lo que comentas y comparto el análisis de la realidad que haces. Algunos ya estamos caminando en la línea que planteas aprendiendo o reaprendiendo la manera de ejercer la profesión y adaptándola a las demandas actuales de la sociedad.
    No es nuevo, ya existe en otros países. En nuestro caso, ha bastado volver la mirada hacia lugares en los que ya han aprendido a vivir la nueva situación: el sur.
    Lo que tú llamas "arquitecto de cabecera", nosotros lo llamamos "arquitecto de familia".

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  6. Enhorabuena Javier también por este post en este blog magnífico que acabo de descubrir. Reflejas como nadie lo que a pie de calle nos pasa a unos y otros compañeros errantes en estos tiempos de penuria profesional. Animo y sigue haciendo las cosas bien, que tu eres de esos. ;)

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