lunes, 6 de mayo de 2013

LA L.S.P O CÓMO SOMETER AL ENEMIGO SIN DARLE BATALLA


El borrador apócrifo de la ley de Servicios Profesionales ya no lo es y quienes supuestamente rigen los destinos de país ya le han puesto el membrete del Ministerio de Economía y Competitividad y el nombre de Anteproyecto de Ley. Y, como cabía esperar de aquéllos que solo se comunican con los ciudadanos a través del éter, el contenido pinta muy mal para varias profesiones, no sólo para nosotros los arquitectos.




Seríamos estrechos de miras si solo reparásemos en los cambios que para los arquitectos considerados como gremio van a generarse, muchos perjudiciales e incomprensibles, especialmente para el pequeño despacho. Pero como no hay mal que por bien no venga,  también puede precipitar el imprescindible cambio de rumbo de un colectivo profesional mucho tiempo autocomplaciente consigo mismo y con sus organizaciones profesionales, alejadas de las reivindicaciones de la sociedad a la que debieron servir, de los profesionales a quienes debieron defender y de la disciplina que debieron propagar.

En mi opinión, lo más preocupante que contiene el citado anteproyecto es el daño que se infiere a la Arquitectura y, por tanto, a la sociedad. Parece como si la componente humanista estorbara en el mundo neoliberal, que proclama al mercado como dios todopoderoso; a la desaforada competencia, su profeta; y a la alta tecnología su herramienta de evangelización favorita.

Pero esto no es un proceso nuevo, ya llevamos años de una enconada lucha soterrada del poder económico global contra el libre pensamiento; la investigación y el conocimiento no económicamente productivos en términos de inmediatez, y el enriquecimiento intelectual de la sociedad. Y el resultado de ese combate no es, hasta ahora, positivo para los intereses de la mayoría.

Una manifestación patente de esta lucha se produjo, a mi juicio, en el mundo universitario, con el proceso de Bolonia. Con él, parece haber vencido la idea de que la Universidad no debe buscar tanto la formación de personas doctas e inquietas en los diferentes campos del saber y la técnica, como profesionales que satisfagan las necesidades de los diferentes sectores productivos, aplicando sus conocimientos sin cuestionarse el objetivo último de su trabajo. Titulaciones como Filosofía, Historia, Filologías...que no parecen ofrecer réditos económicos a las empresas, que claramente prefieren nuevas titulaciones siempre que contengan la palabra ingeniero en su enunciado (quizás habría que plantearse llamar a los filósofos "Ingenieros de organización del conocimiento de la realidad y del obrar humano"), están en grave trance de desaparición con el eufemismo de su obsolescencia.

Nosotros, los arquitectos, estamos en esta lucha en una situación extraña, debido al difícil compromiso entre nuestras componentes técnica y humanista, y se nos ha mantenido en el candelero mientras hemos procurado réditos al capitalismo triunfante, que nos ha ofrecido el señuelo de abundante trabajo para poder saciar nuestros egos con obras de supuesto interés social en la ficción de un mundo de consumo imparable y crecimiento perpetuo.

En estos años han habido más escaramuzas en esta guerra oculta, como fue la aprobación de un Código Técnico más preocupado en enumerar normas UNE a cumplir que en clarificar las condiciones de los procedimientos constructivos, en asegurar la existencia de un culpable por incumplimiento de la ingente cantidad de normativas que en definir con un lenguaje técnico diáfano como realizar una determinada construcción. Y fuimos derrotados, sin apenas resistencia por nuestra parte, en silencio, ocupados como estábamos casi todos los arquitectos: unos digiriendo la gran cantidad de migajas a las que accedíamos y que nos proporcionaban la falsa sensación de plenitud profesional; otros, los menos, ocupados en acabar el gran número de desmesurados proyectos y planes urbanísticos que en este país han sido.

Cuando la burbuja estalló, el silencio se hizo aún más doloroso, diríase que pasó a ser estruendoso, destacando entre la nada el mutismo de nuestras organizaciones colegiales, ausentes de todo debate gremial y social, preocupadas exclusivamente de su subsistencia como entidades. Y en mitad de este caos es cuando surge el anteproyecto de Ley de Servicios Profesionales, la ofensiva perfecta en el momento oportuno para dinamitar toda pretensión distinta de la económica en el acto de construir y ordenar nuestras ciudades, nuestro entorno espacial y natural; la ocasión de apartar definitivamente tanto al individuo como a la sociedad como objeto de la Arquitectura, la oportunidad de someternos sin batalla.

¿Qué debemos hacer? ¿Resignarnos? ¿Luchar? En mi opinión la rendición supone renunciar a conservar, fomentar, difundir, aumentar y mejorar un patrimonio cultural básico de la sociedad, la Arquitectura, que le permite, más allá de satisfacer sus necesidades contingentes, mediar en la relación con el entono natural, garantizar las relaciones entre sus miembros, facilitar el intercambio con otros grupos y realizarse como suma de individuos libres. No podemos permitir que la Arquitectura deje de tener su razón de ser en la sociedad y las personas que la forman, pues en ese momento, además de desaparecer como disciplina, el logro de una sociedad más justa estará más lejos.

El gran problema es que la postura de los arquitectos es muy débil. Se ha hecho tanta dejación del ejercicio de la Arquitectura que ahora nadie nos toma en serio; se ha dicho tantas veces eso de que yo diseño el edificio, que ya vendrá otro que determine cómo se sostiene que al final se nos va a decir que nos comamos nuestros diseños; se ha desdeñado tanto la función social de la arquitectura, que hemos perdido a la mayoría de la sociedad como aliado natural de nuestra profesión; hemos despreciado tanto el diseño de instalaciones y edificios eficientes y sostenibles, que ahora son otros los que se han preparado masivamente para responder adecuadamente lo que se va a requerir; nos hemos encerrado tanto en nuestra torre de marfil, que hemos perdido conciencia gremial y de grupo social reivindicativo de derechos propios y de la sociedad en que vivimos; hemos perdido tanto tiempo en discutir sobre el visado, sus costes, los factores de actualización, el mantenimiento de estructuras profesionales manifiestamente obsoletas, que ahora el reloj del fin marca ya los cuartos de la hora decisiva; se ha jugado tanto a ver quien diseña la mayor extravagancia para el poder establecido, que éste se ha dado cuenta de nuestra debilidad y nos quiere reducir a la categoría de bufones para sus fiestas, confiando las tareas que les pueden proporcionar beneficios a otros profesionales, de mentes acostumbradas a la lógica funcional, sin pretensiones estéticas o humanísticas, y con una capacidad de organizar los procesos productivos más conforme a la lógica del mercado todopoderoso.


El futuro es tenebroso pero todavía tenemos la oportunidad de enderezarlo si somos capaces de movilizarnos y unirnos como colectivo, no se si a través de los colegios de arquitectos o directamente de otro tipo de asociaciones profesionales; de encontrar otros aliados, no necesariamente arquitectos, que participen de la misma concepción de la sociedad y la Arquitectura; y de reencontrarnos con la sociedad en que vivimos y de la que formamos parte. La ley de Servicios Profesionales, en el fondo, no es más que una  batalla más dentro de la guerra económica que nos afecta a todos, como individuos y como sociedad, y en la que necesitamos pergeñar la estrategia adecuada para aplicar el arma más poderosa, la razón y el humanismo, frente a la sinrazón del beneficio económico a ultranza per se.

Nosotros, finalmente, no somos sino un pequeño grupo social al que espera un duro tiempo de lucha, contra la LSP y contra nosotros mismos. Desconozco cuál será el resultado de esta confrontación, quiénes se quedarán en el campo de batalla y quiénes sobrevivirán, pero de algo estoy seguro: hemos de luchar sin denuedo, en el día a día profesional, aplicando los cambios que tengamos que aplicar en nuestra concepción del oficio de arquitecto, presionando donde y cómo tengamos que presionar, negociando en el infierno si es preciso, pero siempre sabedores que lo importante para la Arquitectura es ganar la guerra.

¡BUENA LUCHA A TODOS!

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